Nuestro cerebro tiene una gran capacidad de adaptarse, basta con mirar lo que hacemos diariamente y nos daremos cuenta de que muchas de nuestras actividades están automatizadas. Sí, a esto se le podría llamar hábitos y éstos hábito son los que conducen nuestra vida. Como dijera el poeta inglés “Creamos nuestros hábitos y luego los hábitos nos crean a nosotros.”
La dificultad está en que tan buenos son los resultados de dichos actos no conscientes. Estos nos podría llevar a una zona de confort de la que, de no hacernos conscientes, podrían impedir que nuestra vida alcanzara su desarrollo integral.
En esta caso en particular me quiero dirigir a quienes están pasando por situaciones que consideran “incomprensibles”. Quizás sientas que algo malo te está pasando y crees que es de lo peor. Algunos amigos o personas cercanas te pueden haber dicho la frase de cajón, toda crisis es una oportunidad o todo esto debe tener algo bueno o, tranquilo, a los que aman a Dios todas las cosas le ayudan para bien. La verdad es que cuando uno está atravesando momentos críticos como la perdida del empleo o una quiebra económica, diría ¿qué de bueno puede tener esto?
Aquí podría estar la respuesta
Un viejo maestro paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos una vieja casa de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita a aquel lugar. Llegando constató la pobreza del sitio, la casa era habitado por una pareja y tres hijos. Vestían ropas sucias, rasgadas estaban sin calzado. La casa, poco más o menos era tan solo un cobertizo de madera.
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio, ¿cómo hacen para sobrevivir? El hombre le respondió: “verá, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto lo vendemos o lo cambiamos por otros alimentos en el pueblo vecino y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio hizo un gesto de comprensión, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco”. El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue obediente a cumplir la orden. Efectivamente, empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante años.
Pasado el tiempo, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
De esta manera se puso en camino, en dirección al lugar donde había ocurrido aquello. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín.
Se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir.
Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático. Preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí.
Sorprendido, entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que había visitado hacia algunos años con el maestro. Observó el lugar y le preguntó al dueño de la vaca: “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El hombre entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió”. Y le relató cómo su primera reacción ante la muerte de la vaca había sido de desesperación y angustia.
Por mucho tiempo, la vaca había sido nuestra única fuente de sustento, -sin embargo, continuó el hombre, poco después de aquel trágico día, decidimos que a menos que hiciéramos algo, muy probablemente, nuestra propia supervivencia estaría en peligro.
Fue así como decidimos limpiar algo del terreno de la parte de atrás de la casucha, conseguimos algunas semillas, sembrar vegetales y legumbres con lo que pudiésemos alimentarnos.Después de algún tiempo comenzamos a vender algunos de los vegetales que sobraban y con este dinero compramos más semilla y comenzamos a vender nuestros vegetales en el puesto del mercado.
Así pudimos tener dinero suficiente para comprar también algunos animales. En poco tiempo además, pudimos comprar mejores vestimentas y arreglar nuestra casa. A raíz de la perdida de nuestra vaca, nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos lo que puedes ver ahora.”
Acostumbrados a sobrevivir
Te has puesto a pensar que quizás te has acostumbrado a “sobrevivir”. Tienes tu “vaquita”, que aunque flaca y débil, te brinda lo «necesario». Sería bueno que te preguntaras ¿cuál es tu “vaca”? ¿La identificas?
Tal vez sea el tiempo de tirarla por el barranco, exigirte más, incomodarte y obligarte a ponerte en movimiento y así darte la oportunidad de desarrollar otras habilidades. Es tiempo de crecer, de ampliar tus horizontes y seguir tu camino para convertirte en la persona que estas llamada a ser.